La semana pasada disfrutamos la experiencia de hospedarnos en uno de los encantadores paradores de nuestro país. En concreto, el Parador Príncipe de Viana, ubicado en Olite (Navarra).
El pueblo de Olite, se sitúa a unos 42 km de la ciudad de Pamplona. Un paseo por las estrechas calles nos mostró sus nobles casonas de piedra con escudos de armas, galerías medievales y numerosas iglesias. Sin embargo, lo más destacado, es la imprescindible visita al Palacio Real, residencia de Carlos III, localizado junto al Parador, y monumento más visitado de Navarra.
La verdad es que el pueblo es encantador, muy tranquilo, con pequeños comercios y bares dirigidos principalmente al turismo. Además, las personas locales que allí nos encontramos, fueron muy amables y serviciales en todo momento.
Entre los muros de piedra del castillo-palacio primitivo de Olite (Navarra), se ubica el Parador del municipio. Dicho parador cuenta con numerosas zonas comunes (restaurante, hall, cafetería, sala de estar…) y la mayoría de sus habitaciones, ambas integradas en el palacio, en cuyo interior se puede observar una decoración cuidada al detalle y con elementos propios del medievo. El palacio está considerado como el ejemplo más importante del gótico civil de la provincia, y uno de los más destacados de Europa.
Para hacer la reserva del parador, unos 2-3 meses antes, contratamos una oferta llamada Gastro Pack para amigos de paradores, la cual consistía en: dos noches, para dos personas en régimen de media pensión (buffet libre desayuno y menú a elegir cena o comida) por 334€.
En cuanto a las habitaciones, están totalmente equipadas y reformadas, pero ambientadas en la época medieval. No son extremadamente lujosas, pero cuentan con todo lo necesario y la limpieza es impecable.
Respecto al restaurante, es un sitio agradable, con una decoración acorde con el resto del parador y con música de ambiente. El trato del servicio fue correcto, sin más, poco cercano.
Por un lado, el desayuno es bastante variado al ser buffet. Ofrecen todo lo que se consideraría un desayuno completo: zumos, café, infusiones, yogures, diferentes tipos de tostadas y sus condimentos, surtido de embutidos, bollería, dulces, frutas, sandwiches, étc.
Por otro lado, disfrutamos el menú, (tanto para medio-día como el de cena), el cual consistía en un aperitivo, un entrante, un plato principal, postre, pan y bebida (a pagar a parte). Cabe destacar que las raciones eran muy abundantes, aunque la presentación de los platos fue simples, sin demasiados detalles pero con ese toque tradicional. Casi todos los platos que ofrecen son típicos de la cocina local, con toques tradicionales y muy sabrosos.
Para empezar, con el menú medio-día nos sirvieron un pequeño aperitivo: unas croquetas variadas que además del sabor, mencionar la textura suave y agradable.
Respecto a los entrantes probamos:
Crema de calabaza y puerros jóvenes con huevo escalfado. Estaba muy sabrosa, con un ligero sabor a puerro y un huevo perfectamente cocinado.
Cardo de Peralta y alcachofas de Tudela al aceite de ajo con jamón y almendras. El cardo resultaba muy tierno al igual que las alcachofas, pero con poco toque de aceite.
Arroz cremoso con verduras, hongos y setas. Fue la decepción del menú, ya que incluso lo anunciaban en el hall del Parador como plato degustación con setas (porque justo ahora es temporada de hongos y setas). El arroz no tenía sabor, como si le faltara un buen fondo de sofrito, además no tenía una textura cremosa, eso sí, el arroz estaba bien cocido y las setas y hongos estaban buenas.
Huevos rotos ecológicos con habitas, panaderas y txistorra. Era un plato simple, pero perfectamente cocinado y sabroso.
Para continuar, los platos principales fueron:
Bacalao al pil pil. El pescado resultaba muy agradable en la boca, cocinado al punto y con la sal justa. Sin embargo, la gelatina de aceite que había debajo no funcionaba, apenas tenía sabor a la salsa pil pil y para mi gusto no estaba del todo bien emulsionado.
Cordero guisado al chilindrón con pulpa de choricero. Sin duda fue el plato preferido. Un sabor muy bueno a cordero guisado con un sabor tradicional y su perfecta guarnición de patatas panaderas.
Finalmente los postres que escogimos:
Pastel de tiramisú con helado de vainilla brownie. No era el tiramisú típico que tenemos en mente pero realmente estaba muy bueno, con un ligero toque a café y con una textura más propia de un flan.
Sopa de chocolate blanco con helado de yogurt de frambuesa. La sopa tenía buen sabor un combinaba perfectamente con los toques de frambuesa, aunque después de unas cuantas cucharadas, resultaba pesada.
En general, la experiencia nos ha gustado mucho, no habíamos tenido la oportunidad de alojarnos para disfrutar de los servicios y gastronomía que ofrecen los Paradores, por lo que la próxima escapada seguramente no dudaremos en visitar alguno de ellos.